lunes, 29 de noviembre de 2010

Capítulo cincuenta y cuatro

- ¿¡Pero qué.. qué haces!?- exclamé. Me retiré de él apartándome apoyando mis manos contra su musculado pecho- ¡estás loco!- exclamé de nuevo sin poder evitar una risa nerviosa.

Todo el mundo comenzó a mirarnos. Algunos suspiraban, otros bufaban y pasaban de largo e inclusos otros nos echaban fotos.

- ¡Tú me has vuelto loco!- sonrió como nunca antes había sonreído y me acercó a él de nuevo y me besó con sus cálidos y tiernos labios.

Alguna gente se entusiasmó tanto que llegó a llorar de la emoción.

Fue… como un cuento de hadas que se les cuenta a las niñas antes de dormir.

- Ven- dijo de repente y me cogió por la muñeca llevándome hacia el arcén de donde el había aparecido.

- ¡Para!- no podía parar de esbozar aquella estúpida risa feliz y nerviosa- ¡estás loco, Cesc!

- ¡Confía en mí! ¿Eres capaz?- me miró fijamente.

- Creo que esa pregunta la respondía hace años- le sonreí de nuevo y le agarré fuertemente la mano.

Y así fuimos de mano de la temeridad por las calles de Barcelona, jugándonos que nos atropellaran o en un, no tan grave caso que nos multaran. Si, la cordura la perdí en el momento en que Barcelona me pudo ver de la mano de Cesc Fàbregas.

Llegamos a hasta un edificio de unas características peculiares, tardé en reconocer que estaba ante, el que tantas veces había estudiado y visto fotos de él, de las miles de veces que Eli me había nombrado, del edificio de La Pedrera de Antonio Gaudí.

De una forma muy cómica y bastante rebuscada, nos introducimos con un grupo de turistas asiáticos en la visita que estaban haciendo, separándonos del grupo al cabo de unos minutos llegamos a una serie de puertas seguida de escaleras hasta que finalmente vislumbramos la luz de nuevo.

- Esto es…

- Precioso, ¿verdad?- completó él- me gusta venir aquí a pensar- hice hincapié para decir algo, pero comenzó a hablar de nuevo- espera- silenció con un dedo de su otra mano que no sujetaba la mía mis labios para dejarle hablar- es hora, que después de mucho tiempo sepas tú algo de mí.

Nos acercamos a junto a un conducto de ventilación donde nos podíamos sentar, el sitio era bastante pequeño así pues, él se sentó y me cogió por la cintura y me sentó sobre sus rodillas.

Sus intensos ojos negros miraban al horizonte, sin ningún punto fijo en especial. Yo, por otra parte me dediqué a observar sus intensos y brillantes ojos negros.

- ¿Sabes? No te digo esto para que me perdones, tampoco para que me veas ahora como un pobre chico, ni mucho menos para parecer una víctima inocente, por que no, no lo soy.

- Cesc…- me atreví a llevar mi dedo hasta su incipiente barba. La toqué, esperaba que fuese áspera y ruda, pero me encontré con la sorpresa que era cálida y suave al igual que los besos de sus labios.

- Mi madre nos abandonó a Carlota y a mi cuando éramos solo unos niños, nos dejó a cargo de mi madre, mi madre al cabo de unos meses se echó a la bebida- bajó la mirada hacia mi mano izquierda que reposaba en mis muslos sin hacer el más mínimo gesto- pasamos meses sin verla, Abner, meses- recalcó.

- Yo… lo sien..

- Mi padre al cabo de 10 años, pidió mi custodia y me llevó a Boston, donde tuve la suerte de conocerte, y me obligaba a que entrenara día tras día.

- ¿Por qué?- exclamé confusa.

- Decía que si no llegaba a ser de los mejores juraría que haría lo posible por arruinar la salud anímica de mi madre.

Boquiabierta, ¿y vosotros?

- Pero Cesc, ¡era su mujer!

- Mi padre siempre ha sido un cabrón, un hijo de puta, un… y lo peor es que yo soy como él- me cogió por la mano y la llevó hasta su mejilla, donde unas milésimas de segundo más tarde pude notar como una silenciosa y pequeña lágrima mojaba una franja de mi mano.

Le abracé, le susurré que estaba allí. Ocurrió todo tan deprisa, tan inesperado. Estábamos en un mundo de loco, pensé.

- ¡CESC!- comenzamos a oír al cabo de un rato cuando volvíamos hacia el camino a la plaça de Catalunya- ¡ES ELLA TU NUEVA NOVIA, CESC?!- salieron de la nada miles de fotógrafos, periodistas, cámaras con apabullantes flashes.

- ¿Capaz?

- Capaz- le cogí por la mano y nos adentramos de nuevo en la cumbre de la temeridad.

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