Una multitud de lo que parecían periodistas distinguí a unos cuantos metros de nosotros a punto de cruzar la calle comenzaron a gritar dicho nombre del que, desde hacía años no había vuelto a oír.
- Siempre se vuelven locos buscando algún cotilleo sin fundamento de los famosos que andan por aquí tranquilamente haciendo sus compras- comentó Marc- Ven, vamos.
Me cogió por la cintura arrastrándome así hasta el primer taxi que paró.
- Al hotel vela- ordenó al taxista.
- ¿Qué?¿Como sabías que…?- pregunté bastantes confusa.
- ¿Saber qué?-sonrió.
- Que estoy alojada allí- su sonrisa cambió a una risa nerviosa.
- Pues… porque…- se abalanzó hacia mi con el fin de rozar mis labios; consiguiendo así un leve beso.
- Marc…-balbuceé frenándole así.
Estaba confundida y tampoco me apetecía un rollo de una noche más, además me sentí observada, pude ver como el taxi no paraba de mirar asombrado.
- Señorita Anderson- ofreció su mano el botones para ayudarme a bajar del taxi. Le sonreí, era mono.
Marc sonrió inexplicablemente.
- ¿Y por qué venimos aquí? Sigues sin responder a mi pregunta.
- Te quiero enseñar algo, ¡vamos!- me cogió esta vez por la muñeca adentrándome en el hotel.
Entramos por unas escaleras de servicio, junto a los ascensores.
- ¡Pero donde vamos!- reí confundida.
Seguimos subiendo escaleras y escaleras, parecían no tener fin.
- ¿No te cansas? Llevamos veinticuatro pisos de escaleras y estás como si nada.
- Bueno… soy deportista así que…
- Además de director marketing, ¡atlético! Impresionante-reí irónicamente.
- Eso dicen- comentó sin parar de subir escalones.
- ¿Cuánto dedicas al gimnasio? Porque para conseguir ese…- contemplé su cuerpo de arriba abajo e indudablemente estaba muy trabajado, ni los mejores deportistas tenían esos brazos- cuerpo.
- Pues… cuando saco tiempo- sonrió tímidamente.
Comencé a quedarme atrás, no podía más, la fatiga podía conmigo.
- Para por favor, estoy cansada, los zapatos me matan-aclaré.
- Normal- observó mis altos tacones marrones- con esos trastos encima me extraña que levantes el pie del suelo- ambos reímos.
Me paré y apoyé mis manos sobre mis rodillas fatigada. Él también paró y bajó dos escalones más abajo, donde yo me encontraba.
- ¡Venga!- exclamó con una sonrisa.
Me cogió por la cintura elevándome hasta sus fuertes brazos y volvió a subir como si no llevara ninguna carga encima, subimos y subimos hasya que vimos una puerta final que daba a la azotea.
- Las nubes ocultan el sol- afirmó sin dejar de mirar el cielo mientras me mantenía entre sus brazos.
Nos acercamos hasta el borde de la azotea donde pudimos observar el intenso e inigualable mar azul.
Me apoyó sobre el borde de la azotea sin dejar de sujetarme un instante. Acto seguido cubrió mis mejillas con sus fuertes y grandes manos.
- Eliz…
- ¿Cómo sabes mi nombre?- pregunté extrañada. Recordé desde que el momento en el conocí no le había dicho mi nombre.
- Gerard Piqué, qué haces con mi novia.


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