domingo, 14 de noviembre de 2010

Capítulo cuarenta y ocho

Últimamente lo único más excitante que hacía era ponerme el pijama o mirar por el gran ventanal que tenía a los pies de la nueva habitación que había cogido en el hotel, ya que Abby y Sergy estaban más melosos que nunca. Llevaba tres días sin salir desde que ocurrió aquello con F, y no ayudaba mucho el extremo romanticismo entre Sergy y Abby y el estrés de los planes de boda. Aunque, ¿sinceramente? No me aburría, era precioso admirar el paisaje que podía ver a mis pies des el Hotel W, era un hotel curioso, mucho más que los elegantísimos y –mucho más- caros hoteles de Nueva York, como el Empire, tenía algo, y no sabré nunca que es, pero lo que también me encandiló de aquel hotel fue su graciosa forma de vela.

Era precioso levantarse y lo primero que veían tus ojos era un calmado y el intenso color azul del mar. Azul… curioso color.

- ¡Eli! ¿Te vienes a lo de las flores?- interrumpió Abby entrando a la habitación.

- Claro, voy a vestirme.

Tras coger unos tacones marrones, una falda y una camisa blanca, bajé al hall donde me esperaba Abby. Me pregunté por qué razón Sergy no venía.

Fuimos a una floristería dentro del centro de la gran ciudad a unos cuatro kilómetros del hotel, pasando la Ronda del Litoral, pude adivinar en que calle estábamos cuando el taxi paró: Ronda de Sant Pau.

- ¿Por qué aquí?-pregunté – A lo largo del trayecto había más.

- A la abuela de Sergy le hacía mucha ilusión, me contó que el día de su boda ella también las encargó de aquí, y a Sergy también le hace ilusión.

Bajamos y entramos a la floristería, me sorprendió bastante que dentro de la tienda no hubiera ninguna flor.

- Abby… ¿Y las flores?

- Ay, Eli, pareces idiota, ahí-señaló una puerta transparente que estaba frente a nosotras donde se podía apreciar un gran jardín con miles de flores.

Abby, a la cual se le acercó un hombre mayor que debía de ser el que un día llevó a cabo el tema de las flores en la boda de los abuelos de Sergy y se adelantaron viendo distintas flores, yo preferí quedarme a mi aire pensando y mirando cada única y distinguida flor de allí.

Observé los claveles; bonitos pero muy típicos.

Margaritas; sencillas, pero siempre agradables.

¿Rosas? Preciosas, inconfundibles, del color de la pasión, pero tan dañinas como una estaca en el corazón, una de sus espinas representaba el más puro modelo del desamor.

- ¿Preciosa, verdad?- una rosa asomó por detrás de uno de mis hombros.

Me giré extrañada y confundida, estaba segura que aquella voz y aquel gesto no procedían de Abby, ni mucho menos.

- ¡Marc!- cogí la rosa que él aún sostenía entre sus dedos. Él sonrió.

- Eh.. ¡Hola! Sabía que eras tú- me abrazó y susurró esto último a pocos centímetros de mi oído.

- ¿Qué estás haciendo aquí?¿Con tu novia?

- Mm… no.

- Ah… yo estoy con…

- ¡Eli! ¿Dónde estabas? Si te he ped…- Abby paró de hablar en el momento que se percató de que Marc estaba presente. Éste sonrió de nuevo.

- Abby, él es Marc, Marc ella es mi amiga de la que te hablé, la que se va a casar; Abby.

- Encantado- se saludaron con dos besos.

- Igualmente- contestó fríamente ella.

- ¿Qué hacéis aquí?-concluyó Marc.

- Pues comprar flores- contestó de malas formas Abby. Le di un pequeño y disimulado golpe por su contestación- ¡Ay!-se quejó- Me voy a ver mas flores.

- Vaya, ¿un mal día?- preguntó preocupado Marc.

- No, es muy raro, no suele ser así… no lo entiendo.

- Bueno…¿Quieres un café?

- Marc… yo… no…

- Ella y yo hemos cortado-confirmó.

Finalmente acordamos salir fuera solo a pasear, solo a pasear, sin cafés.

- Y cuéntame, no te aburre eso de los preparat…

- ¡GERARD!¡GERARD!

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