- Mary, tranquila- intentó tranquilizarla extendiendo las palmas hacia alante de forma defensiva hacia mí.
- ¿¡TRANQUILA!?- resultó inútil, chilló como una loca.
- Por favor, Mary, no la líes, por favor- le pidió en voz baja y posando un dedo sobre su boca en forma de silencio.
- O sea, te estás tirando a una en el cuarto de mantenimiento y ¿¡quieres que me calme!?- comenzó a cojer un color rojizo en sus mejillas, y no de vergüenza precisamente- HIJO DE PUTA.
- Mary, por favor, no seas cría, no te estoy poniendo los cuernos. Ven- la cojió del brazo llevándosela fuera de allí para que no armara más escándalo.
- Ge.. gerard- susurré mientras observaba como se marchaba.
Salí de aquel cuarto, y mientras caminaba hacia el aula de matemáticas me paré a pensar la de veces que los alumnos del Charlestown que se lo habrían montado en aquel cuarto, me dió un poco de grima.
- Chs- golpeó mi hombro- ¿tienéh un messsssssssshero?
- No- contesté algo decepcionada al ver su cara.
- Miraa queee si te lo busco y lo encuentrooooooo... ¡me lo quedo!- respondió Kristine algo colocada, llevaba los ojos rojísimos y las pupílas totalmente dilatadas.
- Kristine, por favor, que tenemos clase..
- pssss-vaciló- jooooooder hermana,¡¿ nadie lleeeeeva un jodido messsssshero?! joooder.
- Oye, ¿Has visto a Beth?
- Jooooder, esto está empezando a parecer un jodido culebrón mexicano, ¡joder! y ssssssssi-rió sin motivo- está detrás del gimnasio.
- ¿Qué hace allí?
- Joder hermana, ¿quién crees que me ha pagado esta jodida mierda, joder?- y sin más palabras comenzó a subir las escaleras del tercer piso de una forma muy extraña.
Entré en clase, estaba vacía.
- Abby- reconocí y la voz y a toda prisa salí corriendo de allí.
- ¡Espera, por favor!- pude oir como gritaba mientras corría tras de mi con largas zancadas, era obvio que me iba a alcanzar, no es que fuera yo aquí la ganadora de atletismo.
- Qué quieres- repondí tajante dándome la vuelta.
Me cojió de la cintura acercándome bruscamente hacia su torso, me miró fijamente a los ojos, después a la boca y con la más suma delicadeza del mundo posó sus labios en los míos. Podía oir como su respiración era constante y relajada, al contrario que la mía, estaba alterada y acelerada. Me cojió de la nuca, al principio intenté separarme, esto no podía estar pasando, pero al final cedí. Su beso fue tímido, pero apasionado, más que el que nadie podría haber esperado en aquel momento jamás.
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