- ¡ELIZABETH ANDERSON!- chillé mientras aporreaba su puerta como una auténtica loca- mira que lo sabía, eh, ¡LO SABÍA!- Sergy me observaba, como cuando se daban ese tipo de situaciones, con una expresión un tanto acobardada, y no le faltaba razón.
- Tenía que haber dormido con nosotros- le miré de reojo de la peor forma posible- Es broma, tonta- dijo intentando arreglarlo. Rió.
- ¡ELIZABETH, QUE NOS VAMOS, EH!- seguí aporreando al puerta- Vámonos, ya cojerá ella el siguiente vuelo.
- ¿Qué hora es, cielo?- le sonreí mientras le rodeaba con mi brazo izquierdo su cintura a la vez que caminábamos hacia el coche.
- Las nueve y media. Creo que es un poco precipitado irnos ya, ¿no?
- No, la conozco, se despertará a las once y poco y la histeria reinará sobre ella, me llamará, le colgaré, me pitarán los oídos y en el último momento llegará al aeropuerto.
- Vaya, si que la conoces, si.
- Son ya muchos años, además, ¡eso le pasa por no hacerme caso!
- ¡Si, señora!- imitó un saludo militar de forma burlesca.
- Tonto- le di un toque en la nariz.
Pasamos unas cuantas horas por las más famosas calles de Barcelona.
Mimos, simulaciones de estatuas, pajarerías, magos.. abordaban Las Ramblas de la gtan ciudad.
Bajamos hasta el puerto y había a lo largo de la entrada a este hombres y mujeres de diversas razas vendiendo diversos artículos, mayoritariamente era bisutería barata, pero tenía su encanto.
- Mira Sergy; ¡me encanta!- señalé un collar que había en un ‘Top Manta’. Él solo me sonrió.
- Ten- decía patosamente el hombre de raza negra.
- Vale- respondió Sergy y sacó de su cartera veinte euros, que en dólares no sé exactamente a cuanto equivaldría.
Y tras esto el hombre cojió en un abrir y cerrar de ojos su manta y todo lo que ella llevana y marchó, no sin antes darme mi nuevo collar; el cual me puse en el mismo momento como si de una niña pequeña se tratase.
Era largo, hasta más abajo del pecho, con un medallón de varios centímetros de diámetro, unido en una cadena de color bronce. El medallón, bueno tenía un entramado, pero me gustaba.
Después de hacernos, quizás, miles de fotografías por todos los monumentos más llamativos para nosotros llamé a Elizabeth varias veces, pero como esperaba: nada.
- Le dejaré un mensaje en el contestador:
Eli, por Dios despiértate, que no vas a conseguir llegar al avión. No tienes nada preparado y dudo que recuerdes donde tienes el coche. ¡Ni siquiera conoces la ciudad! Estas loca.- finalicé.
- No importa, le puedo sacar otro billete- dijo Sergy. Le miré asombrada, siempre sabía como desconcertarme, pero a veces era molesto que fuera tan atento con Elizabeth.
- Te amo.


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