¿De donde vengo? ¿Dónde estoy? Quizás sea LDS, quizás sean rayas, quizás petas… o quizás sea el mar.
No tenía ni idea del tiempo que había pasado en aquel lugar. Sabía que años pero no cuantos.
- Señorita, ¿desea tomar algo más? – dijo el camarero con el peculiar acento cubano que tanto tiempo llevaba escuchando.
- No, así está bien- dije yo bajando las gafas de sol negras que cubrían mis ojos para poder observar la ceñida camiseta que llevaba el joven de tal vez veinte y tantos años.
Tras tomar unas largas horas el cálido sol, decidí volver a la habitación a dormir plácidamente. Subí al ascensor, extrañada vi que ni tan siquiera el chico que se encargaba de preguntar y pulsar el botón del piso donde estaba nuestra habitación estaba en él.
Tras pulsar yo misma el piso veinte y cinco, comenzó a sonar esa puta musiquita de fondo que tanto me irritaba quemaría el ascensor solo por ello.
Abrí la puerta con la llave y entré, todo estaba recogido al contrario de cuando me había marchado a las nueve esa mañana, solo habían pasado cinco horas. De repente comenzó a sonar el teléfono me tiré a la cama y en plan niño aventurero di una voltereta en ella.
- Señorita, tiene una llamada por la dos- oí cuando descolgué el teléfono. Colgué y marqué asterisco y el número dos volviendo a descolgar de nuevo.
- ¿Eli? ¿Eres tú? Contesta por favor.
- ¿Quién es?- respondí sin expresión ni sorpresa alguna.
- Eli por favor, no hagas esto más difícil…
Colgué. Pero antes debía de asegurarme de algo y volví a descolgar.
- ¿Recepción?
- Si, dígame.
- Quiero que NUNCA me vuelvan a pasar llamadas a menos que yo lo pida.
- Está bien señorita Anderson.
Tras una corta siesta se hicieron las cuatro y sentí hambre, así pues con un ligero sombrero de paja y un pareo bajé a la playa de nuevo, y junto a ella me senté en uno de los taburetes que había en el chiringuito de ésta.
- Un mojito
- ¡Enseguida, señooorita! - acentuó exageradamente el joven musculoso de la barra.
- ¿Mojito? ¡vaya! Pensaba que eras mas de baileys.
Sobresaltada y sorprendida aquel susurro consiguió hacerme pegar un brinco del taburete donde estaba. La voz provenía de un chico rubio el cual apoyando uno de sus fuerte y tensos brazos en la barra me miraba fijamente con un toque extraño en su mirada, éste no vestía mas que el bañador color mezcla entre rosado y rojizo con pequeñas flores discretas sin llegar a ser horteras.
- ¿Quién eres?- pregunté extrañada.
- ¿Cómo que quien soy?- sonrió y rió- Sóc Gerard!- sonrió ampliamente y se levantó ala misma vez que yo lo hice echando mis pasos hacia atrás en la arena.
- ¿Qué? Oye no se quien eres, pero no llevo más que tres pesos encima- susurré asustada.
Corriendo me alejé de él a lo largo del a lisa arena de la playa dejando y perdiendo las chanclas y el pareo sobre la arena.
- ¡ELI! ¡Espera!
- ¡Déjame, ayuda! ¡Ayuda!- gritaba sin cesar y sin dejar de mirar atrás.
Llego un punto en el que vi que habái dejado de seguirme, tranquila y respirando hondo paré mire bien hacia atrás pero no lo vi, una vez segura decidí volver para recuperar mis chanclas y el pareo. La gente no paraba de mirarme mientras yo permanecía allí quieta. ¡ Pero entonces sentí como alguien con unos fuertes brazos me cargaba en su hombro derecho cual saco de harina!
-¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH! ¡AYUDA, POR FAVOR!- chillé.
La gente ignoraba pero no paraban de mirarnos mientras él andaba tan tranquilo por la playa a cuestas conmigo.
- Eli, por favor. Me he hecho miles de kilómetros, he cruzado todo el Pacífico, te he buscado por toda Sudamérica, para que ahora hagas que no sabes quien soy. Lo siento, sé que nos hemos hecho daño, pero lo de hace cuatro años tiene explicación- continuaba explicando mientras que me volvía a llevar hacia donde me había sorprendido.
No dije nada, hasta que en un silencio de sus mentiras aproveché y con toda la fuerza que pude acumular en una de mis piernas le di un rodillazo en sus partes… ‘nobles’. Sonreí y huí de él aprovechando como se quejaba tirado en la arena.
- ¡Espera, petite fleur..!


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