domingo, 5 de septiembre de 2010

Capítulo veintiseis

- ¿Qué anhelas?- paseé mi mano por su rubio pelo bajando hasta su mejilla donde pude notar su también rubia barba incipiente.

Dejo de mirarme y levantó la mirada hacia el horizonte, pese a esto no separó ni un centímetro su cuerpo del mío; el cual seguía tendido encima del mío apoyándose encima de sus brazos contra el suelo.

- Un momento que dure eternamente- dijo al fin.

- Nada es eterno.

No dijo nada más, se echó al césped, quitándose así encima de mi.

- Ya.. y todo tiene un final- asentí. Estaba de acuerdo con él.


- ¿Qué ha pasado con Cesc?- pregunté finalmente después de estar intrigada todo el fin de semana.

- Nada- respondió rápidamente tajante.

- Gerard, por Dios, ¿nada? algo pasaría después de pegarle de esa manera.

- ¿No te puedes quedar callada? Con lo bien que estábamos- bufó, sentado arrancando césped y observándolo como si fuera la cosa más interesante del mundo.

- Ves, lo siento- a duras penas me levanté. Con la caída que Gerard me había provocado, 'caida' más bien me había tirado él, me doblé el tobillo- esto ha sido una mala idea, tú lo has sido. Mira mejor; no hemos existido nunca el uno para el otro.

- Joder, Eli, espera- se levantó tras de mí, el machito ibérico ya se había calmado. Desde luego los españoles funcionaban a base de impulsos.

Tenía que despedirme de Cesc, se iba para siempre; y al fin y al cabo... había ganado.

- ¿Para qué? No me hace falta que me dobles el otro tobillo- dije sin nisiquiera mirarle, seguí andando con una leve cojera intentando salir de allí antes de que volviera a enfadarse o algo así.

Me cojió por el codo y me giró; una vez en frente suya bajó su mirada a mis pies- al igual que yo- mi tobillo que podía verse debido a que vestía una falda por encima de la rodilla, estaba comenzando a ponerse morado e hincharse.

- Eli..- me cojió por la muñeca, ésta vez con delicadeza.

- ¡Suelta!- aparté su mano de mi muñeca de una manotada.

Y por fin conseguí alejarme de aquel sitio, el cual no volvería a pisar nunca más.


Conseguí pasar por los troncos viejos y hechos pedazos que había por allí y evitar pincharme o meterme en alguna zarza. Aquella zona estaba totalmente abandonada, antes fue un almacén donde gimnasia. Si, donde solían guardar pelotas, redes, y esas cosas. Recuerdo cuando solía ir con Kristine ahí a hablar de nuestras cosas. Buenos tiempos, sin duda. Desde entonces Kristine había cambiado mucho, hacía ya cuatro años de eso.

- Joder, ¡que asco! Capullo- maldecí al rubio de metro ochenta- mi pie- me quejaba sola en voz alta. Suerte que no había nadie por allí- Siempre igual- bufé.

- Sabes que siempre serás así- oí por detrás de mí y seguido a ésto me vi en brazos de Gerard.

- ¡Qué haces!- grité dando patadas al aire.

- ¿Evitar que te jodas más el pie?- guiñó un ojo- Además de que hubieras llegado, Cesc ya estaría en Inglaterra- transcurrió la conversación mientras saliamos de aquella parte abandonada del Charlestown.

Todo el mundo comenzó a mirarnos asombrados, otros no sé por qué sonreían, otros con recelo.

- Por qué siempre tenemos que montar escenas en público..- me lamenté- Siempre- puntualicé.

- Porque simepre hemos sido así.

Estiré mi mano sobre su pecho creando así una distancia entre nosotros.

- Pues no quiero ser así- sentencié observando fijamente sus duros ojos azules.

- En el fondo sé que te encanta.

- No me conoces- no respondió, se limito a esbozar una media sonrisa.


El bullicio de gente había desaparecido. ¿Ya se había ido? Mi expresión cambió de molestia a decepción y tristeza. Miré a Gerard; ¿su expresión? Ninguna.

Volví a mirar donde antes estuvo el bullicio de gente y atentamente pude observar como Cesc estaba sentado apoyando su espalda contra el gran árbol y con una mano sujetando su cabeza. Sin decir nada hice hincapié para bajarme de sus brazos, esperé algun tipo de resistencia, me equivoqué.

Anduve- como pude- hasta donde se encontraba Cesc. Me acerqué a él y sigilosamente me arrodillé en el césped y le abracé. Él no se inmutó.

- Te voy a echar de menos, Cesci- le susurré al oido.


Me aparté de él y le miré a los ojos. Llevaba esperando aquella oportunidad diecisiete años; en el momento en que Francesc Fàbregas nació, nació una estrella del fútbol. Y ahora que ese momento había llegado, sus ojos no mostraban alegría, sino.. desesperanza.

- Ganaste- afirmé sonriendo. Busqué en el bolsillo de mi chaqueta y cojiendo su mano, deposité en ella una llave.

- No, no he ganado. Nada. He perdido.

Su mirada pasó de mirar al suelo a mirar al este. Perseguí su mirada y pude ver a Abby escondida aparentemente detrás de un árbol observando la escena.

Me levanté y sin soltarle la mano cerrada donde llevaba lo que le acaba de dar, le estiré hacia arriba.

- Vamos, no creo que tu padre espere mucho más, ya sabes como es- le guiñé un ojo y sonreí amargamente.

Y allí fue.


Apoyé mi cuerpo de forma lateral contra el gran árbol y observé lo que probablemente fue la escena de un amor más triste que pudo haber existido.

0 comentarios:

Publicar un comentario